domingo, 12 de febrero de 2012


Durante una armoniosa y tranquila cena, que transcurría a pocos metros del mar,  él le preguntó:  ¿Qué es lo que te hace feliz? ¿Qué es lo que haces, te gusta hacer y te hace feliz?

Ella enmudeció. Se asustó de inmediato al ver que no sabía la respuesta, pero ante todo lo disimuló.  ¿Qué clase de persona era, que no sabía responder a aquello?
Interrumpiendo sus pensamientos, él prosiguió:

-          Yo siempre he sabido lo que me hacía feliz. Desde niño lo supe, volar me hacía feliz. Siempre tuve claro que querría ser piloto, que pilotaría aviones, que quería estar siempre en las nubes contemplando el todo y la nada desde un punto de vista diferente, desde las alturas.

Desde el primer instante en que él comenzó a hablar, ella y probablemente el mundo entero si lo hubiesen escuchado, sabía que era cierto. Se podía apreciar la pasión de sus palabras, el brillo auténtico de unos ojos que habían luchado por un sueño, que sabían ante todo que habían encontrado algo muy valioso que apenas nadie llega a conseguir, el por qué de su felicidad, su afán, su hobby, su vida.

Ella se sintió perdida, más perdida que nunca. No entendía como algo así podía desperdiciarse de tal manera, y que tuviera que vivir el resto de su vida con la añoranza que habitaba en sus ojos al recordar esos momentos.

La gran paradoja de todo es saber que él renunció.

¿Qué es lo que te lleva realmente a dejar algo tan grande? ¿ A no luchar con todas tus fuerzas hasta conseguirlo?

Entonces es cuando ella se plantea y reflexiona, a lo mejor no es tan raro, a lo mejor a mucha gente le ha ocurrido, porque al fin y al cabo la vida se trata de vivir en ella, no contra ella. Que a veces las cosas se tuercen, pero vuelven a ti si te pertenecen, ya sea dentro de un año o de veinte. Y si no es así, siempre te quedará el bonito recuerdo de haber tenido la suerte de poder haber vivido ese sueño, que aunque ya no te pertenezca en algún momento lo hizo.

 Y de hecho si lo piensas, de los sueños siempre hay que despertarse.

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